La primavera ya ha empezado en mí,
emancipada en esos ojos caramelo,
en esa expresión que da lugar
dentro
a todas las estaciones.
Sin embargo
me tambaleo
porque a ti te ha atrapado un invierno
que no da tregua,
que no se combate con peli y manta,
que devasta por dentro.
Por eso escribo,
te escribo
(como hago muchas veces)
para recordar.
Para recordar que tú,
cuando el mundo apenas tiene sonoridad,
te conjugas en prosa y en verso,
en esa valentía que parece confeccionada
a la medida de tu sonrisa,
haciendo malabarismos
por no caer
en el temido mar de tus pensamientos,
por no expandir
el caos,
las nubes
de dolor
que cargas a tu espalda.
No hay blanco o negro.
Somos grises
y aunque vistamos de muchos colores,
en tu piel late la electricidad
que evoca la luz,
la primera que ví.
De quien tú dices ser distinta
yo contemplo un recuerdo que se actualiza,
una persona que muda sus miedos
para atreverse a ser ella misma.
También miré al precipicio,
hace mucho tiempo
y volví sin reconocerme
siendo yo todavía.
Y, a veces,
me asusto
al pensarte
como un espejo
que he vuelto a romper.
Pero sabes que esto no es efímero,
que estaré aquí
dándote calor mientras te recompones,
guardando de que no pierdas
ningún reflejo ámbar
en el proceso,
besando cada camino de sal
que pueda dibujarse en tu rostro,
como haces con mis cicatrices.
Por eso,
porque no conozco a nadie como tú,
porque nunca me he atrevido a aceptar a alguien
como a ti.
De tus luces
y sombras (que no son tantas)
has hecho un hogar
que no pensé que pudiera existir.
Así que, relativista mía,
créetelo.
Por ti avanzaría en esta cuerda
una y mil veces,
porque te quiero (libre),
con pie firme
aun sin conocer el otro lado,
porque sé que el mundo quedará
bajo nuestro abrazo,
como siempre,
con tantos sueños por cumplir
que hoy
dormiré contigo aunque no estés
por ir ganando tiempo.
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