sábado, 24 de noviembre de 2018
La decisión de entender
Las manos tiemblan.
Un ruido sordo
en las venas.
La mente divaga
entre el amor
que te profeso
y la atención
que me mendigo.
La frustración
esta vez
llega.
Es la sentencia dramática
de un corazón
demasiado aferrado
a la pena.
Pongo en marcha los recuerdos
para que esta cama no se quede fría
y el santuario se ilumina.
Entiendo de un abrazo
todos mis delirios.
Su sombra es el miedo
a vernos sufriendo.
Entiendo las razones
para alejarte
de un vistazo a tus ojos
cuando quedaban velados
por la tristeza.
Entiendo las razones
para quedarme
de un vistazo a los míos
cuando hacías libre
en tu verdad desnuda y sencilla.
Lo entiendo.
Lo entiendo, de verdad.
No estás porque necesitas no estar.
Lo entiendo.
Sigues en mí,
en un ser que no soporta la espera,
la distancia al roce de tu piel...
Un ser que, sin embargo,
como voluntad primaria
tiene el cuidarnos
juntas y por separado.
Así que este sentir anhela tu bienestar
tanto o más que el suyo,
con la paciencia de quien sabe
que todo pasa por una razón.
Quizás sea el narcisismo el que habla
al decirte que eres, la mayor parte del tiempo,
un arte de construcción desde fuera
cuando mi cuerpo solo acostumbraba
a la demolición en otros.
Quizás sea mi más humilde versión la que habla
al confesarte que me reconforta tanto que existas,
porque no pensé que pudiesemos coincidir,
dos almas tan iguales, tan intensitas,
tan conectadas.
Así que perdóname
si algún día no entiendo.
Te pido que me trates con deferencia
y repartas tu peso conmigo,
porque he tomado la decisión de entenderte
en tus luces y en tus sombras,
sea innato o aprendido.
Sin condición te pido
que hagas lo mismo contigo.
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