Adiós,
la palabra rota por excelencia,
diferida, maldita,
sin necesidad de ser pronunciada
rebota una y otra vez
destruyendo realidades,
ahora fragmentos de desilusiones.
Debe ser el olor a torrija
que ya desencadena conciencias punitivas,
que ya se vale de ellas
para sacrificar una devoción
que trasciende lo divino.
Mea culpa,
golpe de pecho,
laceración del corazón
si no entendiste mi amistad,
si no la defendiste.
No sacaré los guantes
si tú no entras al cuadrilátero.
No te preocupes,
guardaré los momentos,
las instantáneas sin flashes,
iluminadas por el fulgor de lo espontáneo y lo genuino.
Pero has incumplido todos mis mandamientos.
Aquel que dice que
respetaremos nuestros silencios
para, después,
pasar tardes enteras
confesándonos secretos.
Ese otro que manifiesta que
yo seré tu ocasional refugio
y tú, la imagen que me sirva de subterfugio.
Sobre todo,
este que jura que
no te dejaré marchar
de igual forma
que tú no te irás.
E, incluso con todo,
no te despido aquí.
Mi adiós nunca será un ultimátum.
No hay comentarios:
Publicar un comentario