Con frecuencia,
evitamos las cosas que más deseamos,
ocultamos nuestros anhelos,
los enterramos en excusas cansadas
esperando que se desvanezcan por sí solas.
Un abrazo, que nunca debió terminar, roto por las normas del decurso.
Unas manos que sólo se entrelazaron con el viento.
Un beso que murió en unos labios indecisos.
Basta un gesto, una mirada para delatarnos,
para revelarnos como falsos actores
de una vida dramatúrgica.
E incluso a contrapié
hacemos por conservar el disfraz.
El figurante de su propia obra,
el perfecto huésped de una existencia estándar.
Despropósitos, fines arrojados al silencio
con una mordaza de conciencia represiva,
otro ancla para un corazón que ansía latir.
Yo claudico ante las presiones de la experiencia.
Elijo vivir sintiendo.
Me atengo a las consecuencias.
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