Ellos llegaron una noche,
tras un suspiro,
sin previo aviso,
con aire displicente,
portando en sus botas
el camino de los prófugos
y la soledad subyacente.
Tacharon cuadernos,
rompieron poemas,
quemaron ideas.
Lanzaron amenazas contra mis metáforas,
indefensas, rotas sobre la madera.
Gritaron censura, juicio y sentencia.
Veinte años le cayeron,
tres menos por buenas compañías,
allí donde la verdad resuena
encerrada bajo barrotes de tinta,
anhelando el brillo de una pluma nueva.
Ahora sé que escribí versos prohibidos,
no por depravados
o impropios de una mente decente
(a saber...)
sino por sugerir esperanzas,
por hablar de cosas que
aún no eran ciertas
pero que tenían mucho de verdad
y que debían permanecer dormidas
conservando su naturaleza titilante,
la suavidad de una fantasía
enmarcada por la circunstancia.
Igual beber no sea lo mío
o tal vez sea esto de revivir recuerdos a palo seco.
Siempre me sedujo la sensación de crear
en estado de caos.
Puede que el tono te desconcierte
pero tú,
tú que conoces mis versos
y entiendes mis palabras
llegarás a su esencia.
Al abrirla hallarás que la nota base no se centra en mí,
que la nota de salida habla del tiempo y de la espera.
Destilé durante horas pensamientos,
deseché fragancias,
siempre llegué a la misma conclusión:
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