¿Sabes esa sensación por la que
la ilusión palidece
y, con previo aviso,
se retuerce entre los sinuosos hilos de lo perdido?
Sabes entonces
cómo empecé la semana;
con el jet lag de un viaje astral torcido,
el visage cambiado por el idioma,
el corazón nuevo, revestido.
La oscuridad al fondo del pasillo,
el eclipse del único sentido
redactados hasta el epílogo.
Y es que los círculos nunca vienen solos.
Donde uno pone fin al ciclo
otro, de la complicidad,
improvisa un anillo.
Ayer reescribí lugares,
superponiendo la marca indeleble
de un momento irrepetible.
Ayer descubrí que la caída
solo era parte del vuelo.
Ahora planeo entre las corrientes de ideas
que rozan mis dedos.
Ayer exploramos universos esperpénticos,
viajamos a otras épocas y continentes
pero nunca tuve miedo
porque siempre supe que detrás de mí
estaban desplegadas
tus alas de jade,
pesadas a causa de la sinrazón del mundo,
inflamadas por las despedidas que no tocan,
al fin y al cabo, tan humanas,
tan preciadas,
tan dispuestas a compartir
sus reflejos esmeralda.
Porque si los monstruos
ya solo habitan en el papel
y los versos laten a flor de piel,
¿quién quiere saber del tiempo?
¿quién quiere saber del mundo?
¿para qué?
Me empeñé en buscar
definiciones de felicidad.
Todos los 'dícese' rotos
en la soledad de los puntos suspensivos.
Ni en la dialéctica ni en la mayeútica,
el error se desveló en el fondo de un botellín.
Y es que las cosas más bellas
no atienden a definición.
Quizás la felicidad sea una sonrisa,
un paseo, una noche,
a todas luces, contigo.
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